La CNT, que había luchado contra la dictadura de Primo de Rivera, había reaparecido como organización de masas durante el gobierno del general Berenguer. Con sus actividades y actitudes había favorecido el triunfo republicano. Pero ahora tenía el deber, tanto de defender las conquistas obtenidas, como de ejercer su crítica y lucha contra las insuficiencias.
Valeriano Orobón Fernández. Anarcosindicalismo y revolución en Europa. José Luis Gutiérrez Molina.
Foto:Valeriano Orobón durante las sesiones del congreso de la CNT celebrado en Madrid en junio de 1931. Fotograma perteneciente a un corto documental rodado por la delegación alemana (Cortesía de Eric Jarry)
Orobón Fernández no tuvo ninguna duda en interpretar el cambio de régimen como el recambio que necesitaba el capitalismo español para hacer frente a la crisis que le afectaba. Análisis que, ligado a la actuación revolucionaria, de la CNT, realizó fundamentalmente en las dos entregas que publicó en el periódico Solidaridad Obrera en mayo de 1931 y los dos folletos que recogieron las conferencias que impartió en octubre de 1931 en Berlín y en abril de 1932, en el Ateneo madrileño274. Sus planteamientos corresponden a los que imperaron mayoritariamente en el seno del anarcosindicalismo español. Sin embargo, al contrario que en otras personalidades, en Valeriano contamos con elaboraciones que nos presentan unos planteamientos muy alejados del milenarismo primitivo, utópico y agrario con el que, en demasiadas ocasiones, se quieren presentar a los libertarios españoles.
Por orden cronológico, Orobón, en los artículos de la Soli, escritos prácticamente en los días siguientes a la proclamación de la república, no analizaba sólo la coyuntura que había posibilitado el cambio de régimen sino las perspectivas que se abrían. Hasta abril de 1931, tanto los sectores burgueses como proletarios que se oponían a la monarquía habían actuado juntos porque les unía, con motivaciones diferentes, el objetivo de derrocarla. Para la burguesía republicana, el fin de la monarquía iba unido al término de las incertidumbres económicas y financieras que originaba la inestabilidad política. Era mucho más conveniente para sus intereses una república conservadora, de orden y protectora de la propiedad privada. Para los políticos, fueran republicanos radicales o socialistas, el nuevo régimen sólo significaba la consecución del poder y su reparto. Ese interés era el que había permitido la formación de la conjunción electoral republicano-socialista.
De otro lado estaban los intelectuales, los jóvenes y el profesorado universitario y el proletariado revolucionario, representado por la CNT. Los primeros, que habían luchado desinteresadamente, imaginaban a la república como la encarnación de las más puras esencias democráticas. Vivían en el pasado de 1789 y 1848 por lo que sus aspiraciones eran confusas y terminarían siendo neutralizados con unas gotas de jacobismo. Los trabajadores no se habían quedado el margen porque habían visto que, al menos, obtendrían un aumento, siquiera pasajero, de las libertades de organización y propaganda. Inaccesible, de momento, la revolución social, pensaba que era conveniente despejar el campo de los nebulosos problemas políticos.
El 14 de abril no había sido consecuencia de un triunfo electoral, sino consecuencia del abandono de la monarquía por el ejército y de la presencia del pueblo en las calles. Una situación llena de claroscuros. Mientras se asaltaban las cárceles para liberar los presos, sin esperar amnistías oficiales, había comenzado la lucha por los apetitos burocráticos y se hacían concesiones a los verdugos de ayer. Mal comienzo para el gobierno republicano-socialista que tenía que resolver numerosos problemas. Entre ellos destacaban tres: el paro, la reforma agraria y la cuestión financiera. Hasta ese momento, recordemos, mediados de mayo de 1931, el gobierno provisional republicano -que definía como una “abigarrada mezcolanza de republicanos de todas las tendencias, monárquicos reconvertidos y socialistas- sólo había rozado la dura piel del capitalismo con sus decretos derogando la ley de jurisdicciones y el código penal, concediendo indultos y ordenando algunas destituciones. Pero no se enfrentaba a ninguno de los problemas fundamentales. Por ejemplo, el agrario que afectaba a más de cuatro millones de campesinos explotados por unos doscientos mil propietarios que poseían prácticamente el noventa por ciento de la tierra cultivable. Al contrario, declaraba que la propiedad privada era inviolable. De esta manera sancionaba los derechos monopolistas de los terratenientes obtenidos por la rapiña a los que las “expropiaciones” no harían sino capitalizar sus latifundios, porque al recibir una indemnización nada perderían, mientras que los campesinos que recibieran lotes de tierras verían hipotecados trabajo y tierra al tener que amortizarlos.
De igual importancia para el obrero era la cuestión financiera que, por el aumento de la deuda nacional y la devaluación de la moneda, originaba una creciente carestía. Mientras que el proletariado veía como se recortaba su poder adquisitivo, el gobierno provisional subía los sueldos a militares, policía y eclesiásticos y el ministro de Hacienda, el socialista Indalecio Prieto, sangraban al proletariado con impuestos indirectos. Los republicanos ni siquiera ponían en marcha medidas factibles en una democracia burguesa. Como reducir los presupuestos de guerra y gobernación o crear un impuesto directo sobre la renta. Los socialistas no hacían sino seguir los pasos de sus compañeros alemanes: tranquilizar a los capitalistas garantizándole que la república les ofrecería más seguridad que la monarquía. Ya lo había hecho Hilferding 275 en Alemania quien, tras denunciar la hiper-explotación capitalista, durante su ministerio sangró a los trabajadores con impuestos.
El análisis de la última cuestión, el paro, nos permite enlazar con el de las perspectivas que se abrían. Pensaba que el desempleo necesitaba de una solución radical. Su origen estaba en los procesos de racionalización técnica y mecánica, el exceso de producción y la reducción de mercados. El desempleo era un elemento inherente al régimen capitalista que, por tanto, debían paliar los propios empresarios renunciando a una parte de sus beneficios para permitir la disminución de la jornada de trabajo, aumentar los salarios y ajustar producción y consumo. Pero no podía esperarse que los capitalistas lo hicieran voluntariamente. Mucho menos que el gobierno les obligara. Se buscaría un método que soslayara el problema. Los nuevos gobernantes españoles se habían fijado en uno que ya había demostrado su ineficacia en otros países: el seguro de paro. Un socorro que, además de pagar los propios trabajadores con parte de su salario, sólo aliviaría su miseria durante unos meses.
Además, y es el elemento que nos permite enlazar con el futuro republicano, Orobón creía que el paro era un elemento desmovilizador de la combatividad obrera. Movilización que era necesaria porque, con la proclamación de la Segunda República, había terminado la etapa de confusión de frentes. Había pasado la etapa de las coincidencias accidentales que habían originado, aunque no se hubieran firmado pactos, una unidad de acción con los republicanos. La conformación burguesa del nuevo régimen llevaría al desmoronamiento de las ilusiones obreras en la democracia, deslindaría el campo de la lucha de clases. La república sólo era un pequeño paso, “una sacudida no profunda”, muy distante de una revolución que los trabajadores pudieran considerar auténticamente suya. Quien podía transformar un régimen moderado y pacato en sus objetivos sociales era la CNT, la única organización que, por tener las manos libres, por ser revolucionaria, sería capaz de edificar un sistema de libertad social y anti-capitalista. Las perspectivas eran prometedoras pero, también, iban a aparecer problemas que habría que superar.
La CNT, que había luchado contra la dictadura de Primo de Rivera, había reaparecido como organización de masas durante el gobierno del general Berenguer. Con sus actividades y actitudes había favorecido el triunfo republicano. Pero ahora tenía el deber, tanto de defender las conquistas obtenidas, como de ejercer su crítica y lucha contra las insuficiencias. No se debía olvidar que la represión de una organización revolucionaria no era una cuestión exclusivamente de los reaccionarios sino también de los numerosos “fanáticos del orden” existentes entre las nuevas autoridades. Además, el anarcosindicalismo era la única organización representativa de la clase obrera española. La colaboración del PSOE y la UGT con los republicanos los había divorciado de las aspiraciones revolucionarias. Por ello, el papel de la CNT, escribe Orobón en la primavera de 1931, no era el de iniciar aventuras revolucionarias, sino, de un lado, organizarse y, de otro, divorciar a las masas del nuevo régimen.
Para Valeriano, la magnitud numérica de una organización no era condición suficiente si no iba acompañada de capacidad revolucionaria, tanto destructiva como constructiva. La atmósfera era favorable para el crecimiento, pero, también había que darles a los miles de afiliados que acudían a los sindicatos una visión clara de los acontecimientos, del periodo histórico en el que se encontraba y educación social y combativa. La CNT, eliminando sus actuales deficiencias, debía convertirse en una organización eficaz, disciplinada y con mayor capacidad de lucha y visión constructiva. Hacía falta desarrollar las Federaciones Nacionales de Industria, los comités de fábrica y definir sus objetivos inmediatos y a largo plazo en un congreso. En definitiva, era preciso prepararla para ser capaz de hacerse cargo de la sociedad nacida de una revolución triunfante.
De otro lado, el anarcosindicalismo tenía que minar el prestigio del régimen, denunciar la precariedad de sus reformas y, sobre todo, captar a los campesinos, desenmascarando la tibieza de la reforma agraria que se preparaba, y a los parados, pidiendo la reducción de la jornada para reincorporarles al proceso productivo. Tenía que situarse frente a las Cortes Constituyentes, una institución burguesa, y tener mucho cuidado en evitar el camino del posibilismo, tanto como el del “grito y la aventura”. Orobón no creía que España se encontrara en una situación política y social parecida a la Rusia de Kerensky. Existían muchas diferencias entre ambas. Entre otras, el pueblo ruso llevaba tres años de guerra, estaba inmerso en una absoluta miseria y existían miles de soldados convertidos en bestias por sus vidas en las trincheras. Tampoco, las nuevas autoridades españolas habían cometido todavía los errores de aquel: continuar la guerra y aplazar la reforma agraria. Contaban con un crédito del que el gobierno ruso de los primeros meses de 1917 carecía y, sobre todo, no tenía problemas de similar envergadura.
La situación de España en mayo de 1931, era la de un periodo de régimen parlamentario democrático. En este punto criticaba el análisis comunista, tanto de la versión ortodoxa rusa, como de la heterodoxa de Trosky 276. Para el antiguo jefe del ejército rojo, en España era necesario pasar por una etapa de gobierno democrático burgués, dada la falta de un partido comunista fuerte. Como paliativo sugería la formación de un frente PCE-CNT. Argumentación que Orobón decía que era “absurda” porque de ser condición indispensable para la revolución la existencia de un partido comunista fuerte, en Alemania haría mucho tiempo que el PC de ese país habría derrocado la república burguesa alemana. El problema era que el comunismo, como ya se ha dicho, no era una fuerza revolucionaria. La única existente en España y, en Europa, era la CNT. De ahí la importancia de que se convirtiera en un ejemplo para el movimiento obrero internacional.
Los principales argumentos de este primer análisis de Orobón los repitió en la conferencia que a primeros de octubre, antes de regresar definitivamente a España, dio en la sede de la FAUD berlinesa. Allí, dado el auditorio menos conocedor de los detalles de los problemas españoles, se extendió en resaltar las características más importantes de la economía española y su carácter, primordialmente, agrario. Explicó las causas por las que el anarcosindicalismo era mayoritario entre los trabajadores españoles y las diferencias con la acción de los socialistas. Insistió en el carácter burgués del régimen republicano y, ya con unos meses de actuación, en que sus promesas reformistas no iban a dejar de ser desahogos verbales necesarios para intentar contar con la confianza de la mayoría del proletariado. Verbalismo radical desmentido por los hechos. Así había ocurrido en la represión de unas huelgas en Sevilla, donde un conjunto de conflictos -ninguno de carácter o intencionalidad revolucionaria- había significado la reaparición del pistolerismo patronal, la aplicación de la ley de fugas y la intervención del propio ejército bombardeando una taberna277. También, la huelga de los trabajadores de la Compañía Telefónica había demostrado los límites de republicanos y socialistas que habían preferido ponerse de lado de una multinacional norteamericana y acompañarla en su intento de derrotar a la CNT 278. Hizo referencias concretas al congreso de la CNT celebrado en junio en Madrid, al que asistió, y a la insignificancia de los comunistas españoles.
Orobón buscaba romper el aislamiento internacional del anarcosindicalismo español. Quería poner de manifiesto que era el único movimiento revolucionario de entidad existente. A pesar de los enfrentamientos internos de la CNT, a los que no hizo ninguna referencia, creía no sólo en la rectitud del camino emprendido -denunciando las insuficiencias republicanas- sino también en la capacidad revolucionaria de la CNT. A esta cuestión fue la que dedicó su conferencia en el Ateneo de Madrid el 6 de abril de 1932. Para ser más exacto a la vertiente constructiva de la revolución. Tema, como sabemos, muy querido para el vallisoletano.
Se llevaba ya un año de república cuando Orobón Fernández subió a la tribuna de la docta institución madrileña. Para entonces el fuego cruzado entre anarcosindicalistas y republicanos y socialistas, le obligó a dedicar algún tiempo a clarificar tanto la posición de la CNT durante la república como sus incumplimientos reformistas. Sola, o en compañía de republicanos, había participado en cuanto intento para derrocar a Primo de Rivera, había existido. Miles de presos cenetistas se habían podrido en sus cárceles, mientras que los socialistas ocupaban cargos en instituciones corporativas como el Consejo de Estado y el Instituto de Reforma Social y Martínez Anido visitaba la Casa del Pueblo madrileña. La CNT, que no firmó un pacto formal con ningún grupo, estuvo en todas las conspiraciones porque sabía que la democracia despertaba anhelos y esperanzas y le proporcionaría, momentáneamente, mayores posibilidades de propaganda y acción. A los comunistas les dijo que los anarcosindicalistas no habían hecho otra cosa que no hubieran efectuado los comunistas en China, en donde habían apoyado a los nacionalistas del Kuomintang 279.
Tras un año de vida, la República, una vez que pasó la “borrachera de entusiasmo”, en la que habían “confraternizado lobos y corderos”, había comenzado a ejercer como el poder capitalista que era. La represión no se había hecho esperar. Continuaron las deportaciones a las colonias africanas, como durante la monarquía, y si se promulgó una constitución que recogía las libertades ciudadanas, también se había aprobado una Ley de Defensa de la República que ni siquiera administra la justicia, sino “el humor del ministro de la Gobernación de turno”. Mientras, sí tenían que esperar dos de los grandes problemas que tenía que solucionar: el paro y la reforma agraria. Lo poco que se había hecho contra el desempleo, como la creación de una Caja de Previsión, sólo beneficiaba a los afiliados de la UGT. Mientras que la reforma agraria finalmente aprobada era tan mezquina que hasta el ABC la apoyaba. Además, Marcelino Domingo, el ministro de Agricultura debía ser un “homeópata consumado” porque de otra forma no se entendía el presupuesto con el que se había dotado al Instituto de Reforma Agraria: cincuenta millones de pesetas, que permitirían el asentamiento de cinco mil de los tres millones de campesinos sin tierras existentes.
Pero Orobón dio un paso más para enfocar el futuro. Retomó sus argumentos sobre las crisis del capitalismo y la imposibilidad de solucionarlas por ser consustanciales a él. Es lo que le iba a ocurrir a la República española. Sus planes, copiados de los de Walter Rathenau, que ya habían fracasado en Alemania,280 no iban a resolverlos Continuaría el paro y la escasa capacidad de compra de los trabajadores españoles. La quiebra económica del capitalismo iba acompañada de la de sus sistemas políticos. La Segunda República iba a seguir el mismo camino que la de Weimar. Tras Hindenburg 281, representante del viejo imperio, vendría Hitler. Por eso la situación era de elección entre fascismo y revolución social. Esta fue la gran novedad en los planteamientos de Orobón. Ya no se trataba de organizarse, prepararse, para aprovechar las libertades democráticas. Había que adelantarse a la “modernidad fascista” con la revolución social.
Durante el año de República la reacción no había cejado en su campaña de propaganda. Estaba integrando en sus filas a los partidos Conservador y Radical de Miguel Maura y Alejandro Lerroux. Aunque, el gobierno de Azaña, con el apoyo de los socialistas, se dedicaba a atacar a la CNT para destruirla. Deportaba y encarcelaba a sus militantes más destacados. Se les calificaba de “bárbaros y anti-europeos”, de “impulsivos, perturbadores y catastróficos”. No se les quería reconocer que podían no considerar a la república como una “estación de término”. De un lado, no creían que los problemas sociales y económicos podían ser resueltos dentro del marco capitalista. De otro, ante el avance del fascismo tenían derecho a la revolución.
Finalmente, Orobón Fernández insistió en sus tesis de que la única organización revolucionaria existente en España era la CNT. Estaba enraizada en el cogollo mismo de la producción y, por lo tanto, podía encabezar y orientar la revolución. El anarcosindicalismo tenía una alternativa “constructiva” a la economía capitalista. Ésta era “caótica, individualista, caprichosa e irregular”, mientras que la que preconizaba la Confederación estaba basada en la regulación y la satisfacción de las necesidades colectivas. Sus pilares serían los sindicatos, las federaciones de industria, los comités de fábricas y el Consejo Nacional de Economía y Estadística. A los reparos que se les hacía de que no disponían de técnicos, respondía reconociendo que muchos obreros no tenían las nociones necesarias, pero que tampoco las tenían los accionistas de las empresas y, como éstos, la revolución podía “comprar” los servicios de esos técnicos.
Finalmente, la revolución libertaria rechazaba la dictadura. Se basaría en la democracia anti-capitalista basada en el principio de mayorías y minorías. No sería el comunismo libertario, pero para evitar lo ocurrido en Rusia, los sindicatos tomarían la iniciativa. Lo utópico no eran sus propuestas, sino el agarrarse, como a un clavo ardiente, a una realidad que se desmoronaba. Como afirmó Ramón J. Sender, en el prólogo que acompañó la edición de la conferencia 282, las propuestas de Orobón en el Ateneo madrileño no fueron exclusivamente “negativas”, sino un análisis de la economía capitalista y, sobre todo, la exposición de los planteamientos económicos de la revolución que preconizaba el anarcosindicalismo.
Orobón Fernández continuaba preocupándose, como en los años anteriores, por la faceta constructiva de la revolución. Pero no olvidaba que su realización dependía de la fortaleza organizativa que tuviera el anarcosindicalismo. Por ello no fue casualidad que estuviera íntimamente ligado al proceso de expansión de la CNT madrileña que, poco a poco, fue arrancando espacios a la, hasta entonces, mayoritaria UGT. Un sector clave fue el de la construcción. Como ya se ha dicho, Valeriano estuvo íntimamente relacionado con los más destacados militantes cenetistas del SUC de la capital de la nación. Fue a través de sus intervenciones en actos del SUC y de los artículos que publicó sobre cuestiones puntuales e intervenciones en actos públicos de la CNT como podemos hoy seguir la evolución de su pensamiento hasta la propuesta, a comienzos de 1934, de alianza revolucionaria.
274 Se tratan respectivamente de “Consideraciones sobre la revolución española y la misión de la CNT”, Solidaridad Obrera, Barcelona, 29 y 31.5.1931; Tormenta sobre España, Berlín, Der Syndicalist, octubre de 1931 y La CNT y la revolución, Madrid, Ediciones El Libertario, abril de 1932.
275 Rudolf Hilferding (1877-1941) era un economista de origen austríaco, dirigente de la socialdemocracia alemana que fue ministro de Finanzas de la república en 1923 y 1928-1929. Intentó conjugar el pensamiento marxista con algunos elementos del capitalismo. Defendió que el socialismo llegaría cuando las naciones capitalistas no pudieran colocar sus excedentes por sus elevados índices de producción. Exiliado en Francia, fue asesinado por la Gestapo tras la ocupación.
276 Leon Trosky, expulsado ya de Rusia, y residente en Turquía, había escrito un folleto, La revolución española, en el que analizaba los acontecimientos españoles.
277 Para un relato de estos acontecimientos, desde una visión muy particular, se puede consultar José Manuel Macarro, La Utopía Revolucionaria. La Segunda República en Sevilla, Sevilla, Caja de Ahorros y Monte de Piedad, 1985.
278 La huelga de la Telefónica fue el primero de los grandes conflictos que enfrentaron a la CNT con los nuevos gobernantes republicanos. La concesión del servicio lo tenía la multinacional norteamericana ITT que sometía a sus trabajadores a un duro régimen laboral que impedía su sindicación. Tal situación había sido denunciada por republicanos y socialistas antes de abril de 1931 y prometido que iba a cesar, expropiando incluso a la empresa. Consideraciones de relaciones internacionales llevaron al olvido tales promesas y cuando la recién creada sección de la CNT en la Telefónica pidió su reconocimiento y una serie de mejoras laborales, la empresa ni siquiera respondió. El conflicto empezó el seis de julio y se radicalizó rápidamente. Tras varios meses de huelga los anarcosindicalistas perdieron la huelga y con ella, dieron alas a los sectores partidarios del enfrentamiento total con el régimen republicano que enarbolaron la parcialidad del gobierno hacia la empresa estadounidense. Dos versiones, desde diferentes posiciones, de este conflicto en Graham Kelsey, Anarcosindicalismo y estado en Aragón 1930-1938. ¿Orden público o paz pública?, Madrid, Gobierno de Aragón-Fundación Salvador Seguí- Institución Fernando el Católico, 1994, págs. 95-99 y Santos Juliá Díaz, Madrid 1931-1934. De la fiesta popular a la lucha de clases, Madrid, Siglo XXI, 1984, págs. 198-207.
279 El Kuomitang, Partido Nacional del Pueblo, era una formación burguesa que se opuso al régimen imperial chino. En 1923 formó un gobierno en la región de Cantón con el apoyo de Rusia y el Partido Comunista Chino. Aunque la alianza se rompió en 1927, cuando el Kuomitang buscó el apoyo de las democracias occidentales y reprimió a los comunistas, en 1937 la alianza se restableció para hacer frente a la invasión japonesa. Acuerdos que finalmente se rompieron en 1945, cuando comenzó la guerra civil que duraría hasta 1949 y terminaría con el triunfo comunista.
280 Walther Rathenau (1867-1922) era un político alemán que había sido ministro de la Reconstrucción en 1921 y negociador del pago de las reparaciones de guerra. En enero de 1922 fue nombrado ministro de Asuntos Exteriores y firmó el tratado de Rapallo. Fue asesinado por un ultra-nacionalista.
281 Paul Von Beneckendorff und von Hindenburg (1847-1934) era un mariscal y político, comandante jefe del frente oriental durante la Primera Guerra Mundial. Tras su retirada del ejército en 1919, encabezó, en 1925, el llamado “Bloque del Imperio” que reunió a las más importantes fuerzas conservadoras. Fue nombrado jefe del estado alemán en mayo. Entre 1930 y 1933 favoreció la formación de gobiernos conservadores y no puso demasiadas resistencias al ascenso de Hitler.
282 Ramón J. Sender, “Observaciones preliminares”, en Valeriano Orobón Fernández, La CNT y la revolución, Madrid, Ediciones El Libertario, 1932, págs. 1-5.
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